Cultura de Inocuidad y la necesidad de aplicar medidas concretas para su adaptación

A nivel mundial hemos observado como las crisis mundiales han originado cambios en todas las dimensiones de la sociedad. Ejemplo de ello son las evoluciones presentadas por el sector productivo de alimentos desde donde se han generado modificaciones en la regulación, nuevas prácticas en logística, optimización en los tiempos de respuesta, mejores actividades de transformación, aumento en tratos comerciales o incluso desarrollos experimentales avanzados para desencadenar la innovación y competitividad.

Actualmente los sistemas productivos, tal cual los demás sectores, enfrentan un nuevo desafío, uno de los más importantes que ha tenido la humanidad en toda su historia y que ha logrado mermar las condiciones normales a las que la sociedad estaba acostumbrada. Es un hecho que la pandemia COVID-19 desencadenará una nueva ola de evoluciones, donde la industria alimentaria verá oportunidades concretas de desarrollo. A la fecha, el trabajo conjunto intersectorial ha sido clave para sostener un nivel de seguridad en la producción y consumo de alimentos. Ciertamente el esfuerzo sigue dando buenos resultados, pues la preparación y respuesta de la industria han permitido dar cumplimientos a las metas de la cadena de abastecimiento en estos tiempos. Sin perjuicio de aquello, independiente de los éxitos en la generación de protocolos, estándares y mecanismos de prevención como parte de dicha evolución, cabe hacer la pregunta ¿serán estos cambios favorables sostenibles en el tiempo?.

Parte importante de la respuesta se basa en cuánto podemos integrar los conocimientos técnicos en las personas, con el objeto de lograr cambiar o mejorar los comportamientos en el quehacer del sector productivo de alimentos. Esto es ha sido catalogado tan relevante en tiempos previos a la pandemia (o tiempos “normales”), que se fue definiendo un nuevo concepto en el área: “cultura de inocuidad”.

La cultura de inocuidad es, descrita en palabras simples, la forma de actuar correctamente por consciencia (sin dependencia directa de una ordenanza o supervisión) en la producción o consumo de alimentos. Esta ha sido propuesta como un factor clave para lograr la evolución en nuestra área y al parecer en tiempos de crisis sanitaria, toma aún más sentido en el entendido que son las personas el centro de preocupación, donde su comportamiento es vital para mantener la seguridad.

Analizando las circunstancias hace algunos años atrás, cuando la cultura de inocuidad como concepto comenzó a tomar relevancia y se fue posicionando en el horizonte del sector productivo, los desafíos referían al entendimiento y la adopción del concepto por los distintos actores de la organización: gerencia, profesionales, técnicos, operarios, administrativos, analistas, etc. Actualmente, el reto se enfoca en implementar programas o planes concretos de cultura de inocuidad, los cuales logren aplicar a su vez mecanismos por los cuales podemos llegar a la consciencia de las personas y en el mediano o largo plazo, potenciar comportamientos deseados en el marco de buenas prácticas. Esto requiere particularmente de medidas novedosas, técnicas y lúdicas que puedan dar cuenta de diagnósticos, cambios y evaluaciones de comportamiento para una mejora continua. De no implementar aquellas medidas, seguiremos enfocando los planes de aseguramiento de calidad en los procesos como tal, desestimando el componente del comportamiento humano como eje del cumplimiento de las metas establecidas.

En consecuencia, las sofisticaciones de los sistemas en el aseguramiento de la calidad como parte de la evolución esperada, deberán comprender la identificación de brechas, el diseño de nuevas actividades de gestión, intervenciones centradas en las personas y el análisis de los impactos correspondientes a objeto de sostener las mejoras, aumentar la competitividad y seguir produciendo de forma segura en el mundo.

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